martes, 25 de mayo de 2010

Hubo una vez cuando escupir era un arte. La nostalgia pura de las Escupideras

Dentro de las fotos publicadas ayer sobre Soria, hubo una más que guardé para hoy pues el verla me remitió de inmediato a esos últimos años de la década de los cuarenta, la plena postguerra que, aunque en México no se vivió con la intensidad de otros lugares, si se llegó a resentir. Cuando en el otro lado del Atlántico el fantasma de la II Guerra dominaba, acá en la Fábrica San Rafael de Soria, su producción seguía a toda marcha. Maestros (encargados departamentales) y Correiteros (mecánicos textiles), se reunían a la una de la tarde, según marcaba la tradición, para recibir los santos alimentos. Eso es lo que vemos en la escena.


Catorce caballeros, el primero de la izquierda de marcada fisonomía española, los dos primeros de la derecha, quizá norteamericanos. Se bebió y se fumó ese día, quizá era algún festejo, algún aniversario… y algo, algo que pasa casi desapercibido me llama enormemente la atención: ese par de escupideras que debajo de la mesa, como era la tradición, fueron colocadas. Era la época en que el escupir era socialmente aceptado, bien visto y sobre todo un acto de habilidad, pues implicaba que a distancia se escupía y se atinaba.


En interesantísimo artículo de Juan Villoro leemos esto: “Las preocupaciones fisiológicas tienen un curioso modo de pactar con las costumbres. Pensemos, si no, en las escupideras. En los años cuarenta, la oficina de un abogado incluía sillones de cuero color borgoña, paredes de caoba y sólidas escupideras de cromo en los rincones. Este trasto no sólo representaba confort sino incluso elegancia. Sería absurdo pensar que un hombre de entonces tenía más flemas y saliva que el yuppie posmoderno. No, sencillamente la época prestaba mayor consideración al impulso de escupir, y diseñó un recipiente normalísimo para este desfogue. Como toda oferta crea su propia demanda, podemos inferir que cuando la última escupidera salió del mercado, la gente pensó menos en lo que podía salirle de la garganta”. (1)


Esta vez, señores, la pura nostalgia aparece en El Bable. Agradeciendo enormemente a José Olalde por haberme hecho llegar esta hermosa fotografía.


Fuente:


La nostalgia de tener pies. Juan Villoro. La Jornada Semanal, 22 de noviembre de 1998.



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