sábado, 21 de junio de 2014

Partimos de nuevo para la ciudad de México, las maravillas nunca terminan.

   Y de pronto todo se volvió Mundial de Futbol, de pronto los que no gustan del deporte se vuelven aficionados del control remoto de las televisiones para brincar de uno a otro canal en donde se ofrezca la enorme variedad de programas relacionados con el evento, de pronto todo mundo porta la camiseta oficial o no oficial de la Selección Nacional de su predilección, de pronto las pláticas van asociadas al Mundial de Futbol y sus mil y un anécdotas y, de pronto, en mitad de esta euforia televisiva me llegó la hora de partir de Cancún, de vuelta al centro del país y volar rumbo a la ciudad de México.

   Para mi el que haya o no haya Mundial es lo de menos, al Futbol no le entiendo ni le encuentro la parte interesante, veo su gigantesca comercialización y oigo un atinado comentario, quizá el más atinado de todos los miles que se vierten cada día: "el Futbol le da alegría a la gente". Que bien, que bien que las dos horas que dura el partido proporcione esa alegría, yo estoy ya en el Aeropuerto de Cancún, el segundo más grande de México y el que tiene el mayor tráfico internacional, más aun que el Benito Juárez de la capital del País.

   Estar en este Aeropuerto luego de tantos años de no pasar por aquí me deja sin palabras. Recuerdo cuando era una sola pista, una sola terminal la que operaba igual para vuelos nacionales que internacionales o charter, ahora cada cosa tiene su sección y es enorme, salgo a la hora "pico" cuando los aviones se van formando para tomar pista y emprender su viaje, para allá voy... rumbo de vuelta a la ciudad de México, ciudad de las mil maravillas.

   Y la postal de Cancún, cuando el avión comienza a tomar altura es siempre impactante, la Punta Nizuc, la que fuera el emblema de la vida desinhibida de los ochenta cuando el Club Med y sus cientos de leyendas y mitos se instaló por aca, es ahora un hotel más, uno de los casi quinientos que hay desde Cancún hasta Tulúm. Los tiempos han cambiado, de eso no hay la menor duda. 

   Para pendejo no se estudia, eso lo tenemos más que claro, esa frase, producto de la filosofía de vida de mi abuelita, y seguramente de muchas otras abuelitas, es la pura verdad y... me sucedió. Apenas unas horas antes sentarme frente a esta ventanilla que me deja ver la magnificencia del paisaje mexicano, empacando, doy un mal paso, y con la maleta atiborrada de libros que le dan un peso exagerado, me lastimo la rodilla, pero sigo el ritmo pues el tiempo lo tenía contado para llegar al Aeropuerto.

   Ha pasado una hora y cuarto de vuelo y ya estamos enfilando a la ciudad de México, quizá sean los valles de Puebla por los que vamos pasando ahora, y la punzada está allí, el dolor se intensifica, no hay vuelta para atrás, voy a la ciudad con una encomienda: visitar varias bibliotecas especializadas en busca de mayores datos sobre Tomasa Estéves, la heroína salmantina de la que mucho se ha escrito, más se ha hablado y poco o nada se ha investigado.

  Y llegamos a la ciudad, la ciudad enorme, el gigante que te devora, el que no tiene cien caras sino mil, todas buenas y todas malas, según desde donde lo quieras ver, vamos sobrevolando por el rumbo de la Industrial Vallejo.

   Cuando el avión dobla para ir entrando en ruta a la pista de aterrizaje, lo hace, regularmente, sobre el Panteón de Dolores, siempre voy atento por allí para ver desde las alturas la excepcional obra de Diego Rivera, la Fuente de Tláloc pero, siempre me ocurre, me distraigo con otra cosa, ahora vamos por algo que creo es Tacubaya o Narvarte ¿o la del Valle?

   El Aeropuerto de la ciudad lo veo cada vez más organizado, más eficiente, desde allí me puedo ir directo a Querétaro y a más ciudades, o tomar el Metrobús y evitar la caminata y la subida y bajada de escaleras para entrar en el Metro, opto por esta opción, por tan solo 30 pesos me dejará a una cuadra del hotel donde suelo hospedarme, el la Tabacalera. El espectáculo de la ciudad comienza para mi.

   Pasamos frente al Archivo General de la Nación, aquí vendré, será la primera vez que entre a este recinto que fuera la célebre cárcel de Lecumberri y que ahora guarda buena parte de la memoria documental de México, vengo con una sobredosis de paciencia pues se que el ritmo que tengo es reposado, y por acá eso es lo que menos encuentra uno, muy al contrario, todo es a la carrera... que sea!

   Por el Centro Histórico puedo pasar una y otra vez, no me cansa, no me aburre, no puedo decir que ya lo conozco pues cada vez que vengo encuentro algo nuevo, algo sorprendente que de nuevo no tiene nada, todo es viejo, antiguo, todo cuenta algo, dice mucho...

   Para donde se volteé siempre aparecerá un ángulo, un detalle, un algo que nos dice que allí lo que se respira es historia.

   Y, de pronto, aparece un personaje en plena calle, es increíble...

   Efectivamente, es el Padre de la Patria.... ¿¡!?

   Los templos, son cien, según los contamos la última vez que pasamos por acá... cien templos los que hay en el Centro Histórico de la ciudad de México.

   Emblemas indiscutibles de la ciudad lo son la Torre Latinoamericana y el Palacio de las Bellas Artes.

  Y llegamos, llegamos ya a la Tabacalera, no sé por qué pero el rumbo me encanta, es cosa de voltear para un lado y sorprendernos, voltear para el otro y quedarnos sin palabras... vamos a reconocer el rumbo....













   Maravilla de maravillas.... me tocó un clásico "Room-with-a-view", mi vista es al Museo de San Carlos y al parque que hay en esa esquina. Estamos de vuelta en la ciudad de México... pero como me duele la rodilla.

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