lunes, 9 de febrero de 2015

La lujuria monacal: El convento de San Luis Obispo en Tlalmanalco, Estado de México.

   Seguro que te será raro oír la palabra (mejor dicho el concepto) de lujuria dentro de un recinto monacal, dentro de un convento franciscano del siglo XVI. No hay motivo para sorprenderse pues, dentro del discurso estético que se marcaba en los decorados de los conventos, estaba el de la profunda reflexión a las leyes de Dios, sus mandamientos y, claro está, a los pecados, más aun, a los siete pecados capitales. "Los siete pecados capitales son una clasificación de los vicios mencionados en las primeras enseñanzas del cristianismo para educar a sus seguidores acerca de la moral cristiana. El término «capital» (de caput, capitis, "cabeza", en latín) no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados". (Wikipedia)

   "Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada". (Tomás de Aquino.)

    Originalmente, en el siglo III de nuestra era, los pecados capitales no eran siete, sino ocho, pues la vanagloria se consideraba dentro de ellos, fue el Papa Gregorio Magno el que establece la existencia de solamente siete de ellos como capital: lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y soberbia.

   Grave problema tenían los Guardianes y Celadores de los conventos en Nueva España ya que venían con una mentalidad medieval y de un rigor extremo en la aplicación de sus reglas de la fría Europa que, al llegar a la exuberante tierra mexicana los pecados, que se consideraban capitales, estaban latentes y accesibles a todos los frailes, que había necesidad de hacérselos ver continuamente, razón por la que, es precisamente en este convento, en donde observamos la presencia gráfica de los pecados, esto en perenne recordatorio que precisamente en lo que no se quiere caer.

   Mucho nos hemos regocijado al ir conociendo uno y otro de los conventos novoispanos, hemos admirado su arquitectura, su solidez, incluso su estado de destrucción, pero esta vez el regocijo nos lleva a analizar las imágenes que se van presentando por los pasillos, en esas pinturas que, a manera de decoración, se colocaban para amenizar un poco la estricta vida monacal, pero, más bien, para hacer el recordatorio a no ser tentados por ellos.

   En las imágenes que a continuación comparto verás una constante: enigmáticos conejos, que nos presentan un semblante de impacto al estarse viendo fijamente unos a otros. Se trata de la representación de la lujuria. Pero las cosas no terminan allí, estos conejos que aparecen continuamente están posados sobre una especie de frutero, en donde son muchas las piezas que tienen a su disposición, esto haciendo referencia a otro pecado: la gula.

   Verás también seres mitológicos, incluso a un elefante, cosa por demás extraña que sea representada en estas latitudes por donde nunca han existido ese tipo de criaturas. Creo que esta vez estamos topando con un recinto que guarda una carga representativa extraordinaria, todo está en ser buen observador y entender no la primera imagen que se nos presenta, sino lo que detrás de ella hay y su profundo significado.

   El pueblo de Tlalmanalco se localiza en la parte oriente del Estado de México, entre Chalco y Amecameca. La visita a este lugar es indispensable para entender y, más aun, admirar las distintas manifestaciones artísticas que florecieron en la segunda mitad del siglo XVI en el valle de México. Su convento comenzó a ser construido en 1585, para 1591 se concluyo. Y, te anticipo que allí se guarda una de las joyas más preciosas de toda la producción artística colonial mexicana. Eso lo veremos en el siguiente artículo, por ahora conozcamos el templo y el convento de San Luis Obispo en Tlalmanalco, Estado de México.


































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