viernes, 6 de febrero de 2015

Visitando el Convento de la Asunción en Amecameca, Estado de México.

    La idea de conocer Amecameca la tenía desde hace tiempo, aprovecho la oportunidad y para allá me voy desde la TAPO hay una salida que va a Cuautla, son varias las  paradas que hace en el camino, la mayoría en pueblos que guardan excepcionales construcciones coloniales: Chalco, Tlalmanalco, Ozumba y hay más pueblos que quedan cercanos a la ruta, no los conozco, pero intuyo que por ubicación, antigüedad y nombre tienen al menos un templo colonial que de seguro será cosa impresionante. Tengo la idea de recorrer el lugar pero ante la abrumadora cantidad de notas rojas en la zona me surge la duda de ir o no ir.

    Dependerá del día de la semana y la hora en que salgas rumbo a Amecameca el tiempo que tarde el autobús pues, bien sabemos, que la salida de la ciudad de México que toma es la de Puebla y recorrer la congestionada Calzada Zaragoza en ocasiones se vuelve tardada, no es mi caso, pues en poco más de una hora ya estábamos cerca de Chalco, en media hora más llegamos a Amecameca. La hora ideal para desayunar, encuentro el lugar ideal: La Antigua Flecha Roja, restaurante tradicional que se instaló en lo que fuera la terminal de esa línea de autobuses. De allí es cosa de cruzar la calle Hidalgo y estar ya en el atrio del Convento de la Asunción.

    El recinto, igual que todos los de etapa constructiva del siglo XVI es interesante, si bien, a diferencia de los primeros construidos con todo el lineamiento medieval que nos da la idea más que de entrar a un convento, a una fortaleza, en este, de estilo manierista, la idea se ha superado, surge ya la espléndida torre, no de vigía o de protección, sino ya una en la que hay ciertas alegorías que darán paso, años más tarde al estilo barroco que cundió por buena parte de México.

   Quizá hubo en su momento, en el claustro, en ese patio central un jardín con un pozo al centro, tal vez aquí, por las características de la región no hubo necesidad de ellos pues la vastedad del terreno y la abundancia de árboles frutales era tal, que mejor se aprovecho el patio central como una mera explanada, sin pozo pues si algo abunda por aquí, esa es el agua, la cual baja a lo largo del año de los volcanes.

    Este claustro lo podemos considerar más bien chico, lo cual no quiere decir que no conserve su serena belleza pero veo aquí varias cosas, aunadas a la corta dimensión. El decorado que hay en las paredes es sencillo, se limita a los escudos con la flor de lis usada por la Orden de los Predicadores, algunas grecas con flores y frutos estilizados, así como una especie de floreros, todos dispuestos en las cenefas altas en marcos de puertas y en rededor de las habituales cuatro posas, en cada uno de los ángulos del claustro.

    Hay un detalle que me sorprende, son los capiteles elaborados para sostener los arcos en rededor del claustro, en ellos se ve la manufactura indígena con diseños geométricos, diseño que me refiere al de mallín, o, en todo caso, una alegoría de él; en una base también geométrica que los arquitectos saben bien que se refiere al estilo toscano, pero, de ser así, éste sería muy primitivo pues, cuando fue construido apenas se estaba dejando atrás el gótico y todo estilo medieval, se desarrollaba el manierista que daría paso al barroco.

    Veo más sencillez aquí que en un recinto franciscano que, según la "teoría" eran los que practicaban el voto de pobreza. Con esto no quiero decir que sea un espacio interesante que, como todo recinto monacal, nos induce a una reflexión, a una paz, a una serenidad, que bien vale la pena recorrerlo con calma, en silencio... imaginando su tiempo de mayor desarrollo, por allá de 1580... las imágenes hablan por sí mismas.














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