jueves, 17 de noviembre de 2016

Crónica de la visita de Carlota al puerto de Veracruz, 1865. (2ª. Parte)

   “Llegó por fin el tren á la antigua estación de la Tejería, y allí con gran sorpresa de todos S. M. se apeó del carruaje y se dirigió á una pobre casita techada de bálago y de muy miserable apariencia, y aunque se le ofrecieron otras mejores respectivamente, no quiso moverse de la que había elegido. En un instante rodearon á S. M. las pobres gentes de aquel lugar. La grandeza y la miseria se tocaban, y ni la primera lo desdeñaba ni para lo segundo era difícil la realización del principio: los estreñíos se tocan, principio que podemos asegurar, que nunca ha tenido más exacta explicación. Nosotros que apoyados en el tronco de un árbol contemplábamos la escena de la casita que daba sombra á la Augusta Emperatriz de México, buscábamos en la memoria un rasgo semejante, todos los que hallamos nos parecieron pálidos para compararlos con el que teníamos ante los ojos.

  A las tres y media de la tarde se puso el convoy en marcha para esta ciudad, y á las cuatro el coche imperial se detenía ante el arco levantado frente á la puerta de la Merced. Allí esperaban á la noble y generosa huésped de la Ciudad Heroica una comisión de señoras presididas por Da. Refugio Vázquez de Burean, el Presidente del Ayuntamiento, los jefes y empleados de todas las oficinas, el Comandante Superior, oficialidad de la guarnición, los convidados, y para decirlo de una vez, el pueblo todo que se agitaba en diversos sentidos, esforzándose y rivalizando en vitorear y saludar con aclamaciones de júbilo á S. M. que alternativamente contestaba las felicitaciones que se le dirigían y saludaba á las señoras y á la multitud (pie multiplicaba sus aclamaciones en medio del estruendo de los cañones que con 101 disparos celebraban la llegada de la Emperatriz.

  Del otro lado del arco estaba el carro que desde Paso del Macho ofrecieron á S. M. los artesanos de la ciudad, á él subió Nuestra Soberana, que se dignó invitar á sus damas de honor y á las señoras que salieron á recibirla. Había preparados los carruajes necesarios pero nadie pensó en ocuparlos, y el pueblo se agolpó en derredor del carro, para el que estaban destinados cuatro frisones que de nada sirvieron, pues todos se disputaban el llegar para tirar de él. La comitiva toda siguió su marcha con dirección al palacio municipal, que con mucha anterioridad se había dispuesto y ajuarado lujosamente. Las calles todas estaban preciosamente adornadas. Además de los cortinajes de los balcones, de trecho en trecho estaban levantados unos pies derechos pintados con los colores nacionales y enlazados por bandas de los mismos colores; de esos pies estaban suspendidos trofeos nacionales.

 Al llegar á la puerta de la parroquia S. M. manifestó deseos de entrar, toda la comitiva la acompañó, y no bien hubo llegado al sitio que le estaba destinado se arrodilló humildemente ante el Creador del mundo. Después de una breve oración se levantó, y al descender de las gradas del presbiterio fue recibida bajo de palio que llevaban algunos empleados. Hasta la puerta del templo fue acompañada S. M. por el Sr. Cura Párroco, volvió á montar en su carroza y continuó su marcha hasta el palacio donde la esperaban otras dos grandes comisiones la de Sras. Presidida por Da.  Dolores Lezama de Pérez y la de Sres. Por el Presidente del Consejo D. Cayetano T. Becerra, las que formaban una valla desde la escalera. Por todo el tránsito además de las aclamaciones de alegría se arrojaban sobre el carro flores y versos y generalmente las señoras se esforzaban en que aquellas ofrendas cayeran á los pies de S. M. Al entrar á Palacio la música del «Dándolo» saludó á Nuestra Soberana con el himno nacional compuesto por el Sr. Nunó, y la multitud se precipitó en los salones sin que hubiera bastado fuerza alguna para detenerla y tenía razón, ávida como estaba de contemplar á la benéfica Emperatriz Carlota, todo lo arrollaba todo lo vencía para lograr su objeto ¿qué resistencia podía oponer á quien contestara, dejadme admirar á la fundadora del Consejo de beneficencia, á la que siembra bienes por donde pasa, á la que enjuga las lágrimas del pobre?

  Llegada S. M. al salón de recibo, habló á cada una de las Sras. y Stas. que la recibieron y acompañaron, y le fueron presentadas las autoridades y los jefes de oficinas y personas invitadas á las que se dignó saludar graciosamente. La ciudad obsequiaba esa noche á S. M. con una comida que comenzó á las siete y á la que fueron invitados el Sr. Prefecto Superior y esposa, el Sr. Presidente del Consejo y esposa, el Sr. Presidente del Ayuntamiento y esposa, los Sres. Prefecto marítimo, Comandante superior, Comandante de la marina, Comandante del buque austríaco "Dándolo," D. Pedro J. de Velasco y D. Marino Rivera, representante de la clase de artesanos.

  Antes de continuar nos vamos á permitir dar una ligera descripción del paseo de la plaza esa noche. Figúrense nuestros lectores, una arquería ojival de siete metros de altura, que circuía todo el cuadrado, en la parte interior libre la calzada, desde cuyo punto se levantaba un inmenso quiosco de luces y bandas sostenido todo por un gran mástil coronado de pabellones nacionales cubiertos en su base por caprichosos escudos en los que estaban enlazadas las letras M. C. con una corona de laurel encima. Dos mil faroles de cristal, cuatro mil vasos de colores, y algunas centenas de caprichosos faroles venecianos derramaban su luz en la plaza, sin contar las iluminaciones de Palacio, Hotel de Diligencias y casas de los particulares. No hay memoria de que en la ciudad haya habido jamás más espléndida iluminación, ni mejor combinada ni de más efecto.

  Los diversos fuegos de artificio colocados en los ángulos y frente á la residencia imperial estuvieron magníficos: la música alternaba tocando alegres y escogidos trozos de buenos maestros, y en los intermedios se elevaron varios globos siendo el último de grandes proporciones adornado con farolillos de colores y un mote que decía ¡Viva S. M. La Emperatriz! Ya para retirarse á sus habitaciones S. M. tuvo á bien asomarse al balcón de la galería, y luego que fue vista, la saludó el público con un prolongado ¡viva! que resonó por todas partes, y que pareció repercutirse pues fue seguido de otros y otros en diferentes lugares y á diversas distancias.

  Entretanto se oía el ruido seco del martillo. Los golpes se repetían; pero nadie se cuidaba de tal incidente, hasta concluidos los fuegos. Por la parte sur del Palacio se había levantado como por ensalmo, un tablado cubierto de atriles que á las once de la noche ocupó una buena orquesta acompañando un himno que, compuesto por el profesor D. Marcos Ramírez, fue ejecutado por varios jóvenes de ambos sexos de la ciudad. Luego que comenzaron las primeras armonías, apareció Nuestra Soberana en uno de los balcones de sus habitaciones, en el que permaneció hasta que se concluyó de cantar el referido himno, siendo después nuevamente vitoreada.

Así acabó este día de eterna memoria para Veracruz.
Para leer la primera parte de la crónica, entra aquí. Para continuar a la tercera parte, aquí.

Fuente:

S.M. la Emperatriz Carlota en Veracruz. Imprenta de J.M: Blanco. Noviembre de 1865. (El libro se encuentra disponible en la Biblioteca Digital de la UNAL.)

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